Sapucaí.
Carnaval de Rio de Janeiro 2015: una de las escolas de Samba más renombradas de Rio de Janeiro, Unidos da Tijuca, tome como tema la identidad nacional Suiza.
Simone Spring, de la embajada Suiza en Brasil, me invitó a uno de los ensayos. Miles de personas hasta la madrugada en el fondo de un parque industrial, debajo de autopistas. De ahí me invitaron a participar en el desfile. Este artículo que sigue, escrito al poco tiempo de regresar a Suiza en 2015, es un pretexto de la insistencia por comprender un país muchas veces incomprensible. A través de una lupa que cruza océanos y tiempos personales, una mirada sobre circunstancias que son mucho más de lo que se dejan ver.
Imagen: bocetos para los disfraces del carnaval, Unidos de Tijuca 2015.
ARTICULO
El frente de la corona me aferra la sien y se me clava en la piel. Duele. Ya estoy transpirando, y aún no estamos ni por comenzar. Son las cuatro de la mañana. El calor filtra una marea de nieve en fantasía, un disfraz en partes catsuit, corazas de metal, capas, alerones, guantes y banderines que me dan al menos el doble o más de mi magro cuerpo.
La calle detrás del Sambodromo carga de expectativa. Nadie está quieto. No se puede. La misma foto con trescientos celulares. El aire mismo es pujante. Detrás mio una muchacha joven, bella, tiene en los ojos una mezcla de tristeza y anhelo: está por cumplir un sueño: desfilar en el Carnaval de Rio en el Sambodromo de Sapucaí. La comparsa calienta los motores, abrazos llenos de una fría emoción, “a gente bamba” esperaba. Cuatro mil quinientos personas, siete carros alegóricos y más asistentes prontos para entrarle al tubo de hormigón allá a la vuelta. “CARNAVAL! ETERNA É A NOSSA UNIÃO...” pica bajo la frase mientras repaso algo de la letra que repetiré infinitas veces en el parpadeo de lo que será el viaje.
Alguno termina de cambiarse en la acera de la calle vallada que sirve también de camarín sin tapujos. Hombres esculturales en sunga atraviesan y se preparan sobre un carro. Reinas y musas alistan sus carnes sacuden sus sonrisas de oro. Y todos estamos ahí: esperando el ingreso al Sapucaì!
Hace muchos años recuerdo que mi padre le contestó duramente un artículo editorial al renombrado escritor peruano Vargas Llosa, que declaraba que la aburrida Suiza no habría dejado más en este mundo que el reloj cucú y el chocolate. Y pasó a citarle primero que el reloj cucú no es Suizo, sino que de la selva negra para luego enumerar la cantidad de adelantos científicos, de pensamiento, deportivos y artísticos del país. Incluyendo movimientos que han encontrado entre los Alpes su fortuna, y albergado la posibilidad de desarrollo desde el Bauhaus a Cern, potencias el mundo de grandes personajes como Paracelso, Einstein, Goethe, Jung, Le Corbusier, Curie, Hesse, Füssli, Giacometti.
Mientras Suiza busca su identidad nacional adentro, en los quebradizos espejos de la politica y la culpa, cerrando sus fronteras, hurgando en su capacidad independiente, en Brasil se llevaba a cabo uno de los espectáculos más grandes del planeta: El Carnaval de Rio. La escola de Samba campeona de 2014 se present en competencia con una historia Suiza. Ayudados con holgura por Presence Suisse, los carros se visten de chocolatines, de biblioteca con azufre y color a piel. Batuca y Samba. Goce y fiesta. Regocijo y transpiración.
Ya casi las cinco de la mañana y seguimos esperando. Hay una extraña calma en las filas, el ensueño inmediato del nerviosismo sostenido y que no arranca. Uno de los asistentes quiere hacer orden, nos recuerda los tantos ensayos para llegar a ese momento. Pero los disfraces son tan grandes que somos como satélites: hasta que no arranque no va a haber fila, la gravedad infinita hacia el Sambodromo.
Y ahí va, lejos aún, quetequeré quetequeré, balbuceamos, cantamos, saltamos un poco, bailamos. Vamos llegando a la entrada al Sambódromo. ¿Ya estamos adentro? Y entonces una fuerte succión hacia el final del túnel, pasaje de virajes y demonios, cámaras y pastiches, micrófonos y parlantes, carteles y publico del mundo. Una extraña mudez y silencio de vacío. Rostros impávidos de gente, sonrientes, cansados, vips y tragos, “SERES ALADOS, CASTELOS ERGUIDOS, SOPRO GIGANTE, HERÓI DESTEMIDO (...) SUÍÇA, EM TUA HISTÓRIA A INSPIRAÇÃO”, repetía una y otra vez el Sambódromo, con culetazos y dragones, Guillermo Tell, su hijo, la flecha y la manzana, quesos agujereados, cofres con oro, inviernos dioses gigantes y el Alien de H.R. Giger que invadió nuestros sueños desde que lo presentimos por primera vez - ese Alien que existe en otro planeta y caza sin piedad - colgado del carro central!
Desde afuera Suiza hoy es la bóveda de mucho de la riqueza del mundo ayudado por banqueros que nada tienen de escrúpulo a la hora de estirar la mano para recibir dinero. Aunque sea HSBC, esto pasa en Suiza. Preguntale a un italiano y te dirán que todo el dinero de Italia está en cuentas del Ticino; A un argentino, a un africano, a un esclavo nepalés en Qatar, dónde encuentran banca dictadores, populares o de facto. Dónde se esconden los desechos de la derecha del mundo, la insinuación petrolera, espías rusos, mequetrefes africanos o jueces cariocas.
Pero estamos mirando en el lugar equivocado. No es en la economía bancaria que están las respuestas a la problemática del país. Pues es justamente en la economía Suiza donde los intereses están más diluidos, en el cortoplazismo financiero de la alto fuero. Además que el sector financiero representa solo el 6,2% del PBI nacional. El problema hoy está en una identidad abusada por intereses de particulares.
Me pregunto qué ha quedado de los valores que desde niño mi padre me hacía llegar, al otro lado del charco atlántico,
además de que los Suizos tenemos excelente puntería, incluso cuando tenemos que centrarle al inodoro.
¿Qué es de esta identidad helvéitca? ¿Qué es ser Suizo? ¿Que es de esta memoria que hace aún a este pequeño gran país en las montañas? Hay que preguntárselo. Hay que recordar. Todo hay que recordarlo. Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro. Es como tragar lo que nos toca hoy sin masticar. Porque la memoria es la mandíbula del tiempo.
Porque neutralidad no es indiferencia.
A mi desde niño me fueron quedando cosas: y lo que caracterizó siempre el valor de ser Suizo es principalmente el indeleble valor de responsabilidad civil. Hoy muy fácilmente relegado a un paternalismo institucional, a la ignorancia que rige la cachiporra de seguridad social y está instaurada en instituciones que deciden cómo repartirá tajadas del queso grande. Las miajas que nos contentan caen de la mesa de una política económica que divide en lugar de aglutinar intenciones buenas.
Con los cuentos de sobremesa se me fue grabando una imagen de lo que era ser Suizo, que seguramente habré idealizado. Era algo así como el gentleman inglés de los Alpes. Lo correcto regía por sobre las petulancias momentáneas de una persona: había un trabajo de desapego que hacía al hombre grande: Como poder dejar una máquina de escribir de último modelo en la estación de tren de Zurich y volver el día después a encontrarla en el mismo lugar! Esto en el mundo no pasaba. Eran historias de mesa para reírse de las diferencias que vivíamos a diario en Buenos Aires, pero en realidad era mucho más: porque marcaba una condición de lo que era el país.
Me pregunto también cuándo hemos dejado de conquistar nuestra cultura, en lugar de promover lo que es suizo como un estaño estético de vacía nacionalidad. De promover el triunfo sin importar qué contiene ese triunfo. Ser suizo hoy, como siempre, es ser un conducto multicultural que ha sabido llevar un contrato social de muchísima verdad, trabajo y devoción. Esto lo sé porque a mi padre lo ví trabajar todos los días de su vida sin dejar de lado jamás las fuerzas claras de lo que está bien y de lo que está mal. Con agallas hasta su pobreza final.
Mientras canto y saltareo en un traje apretadísimo, con las hombreras que me agarraban los omoplatos y un casco pesadísimo que se empeña en apretarme la frente como un dedal ensañado, me pasan imágenes: montañas y viajes de niño, el cielo gris de Engelberg, la primera vez que probé nieve, mis hijas hoy, el sol en la cima del Boglia, las casas de piedra en Vallemaggia. Me surge desde adentro una contradicción notable: estar cantando al mundo desde afuera algo que desde adentro es distinto. Desde las entrañas Suiza es otra cosa.
Al final del Sambordomo en Sapucaí, completamente bañado en sudor, aflojado el traje como una especie de coraza o metrónomo de lo que alguna vez habrá sido la armadura de un guerrero medieval, desprendiendo cascarones de vestuario, la calle sucia, debajo de una autopista, los olores, un gallo perdido cantaba quién sabe desde donde, camiones, charcos, gente por todos lados, me doy cuenta que había pasado un en un santiamén, y que me había pasado como si nada. Los rostros del público a las cinco y media de la mañana abrumados de información espectacular. Todo era una especie de sueño puntual. No vi carros, no vi garotas bailando, no ví coreografías, no vi nada. Pasó todo así. Una hora de Sambodromo volando: Una vida sin fueye.
Y pensé: este también es el riesgo de vivir en Suiza. Puede pasar todo así, sin nada, si no nos detenemos un instante y volvemos a mirar la tierra, al valor de lo que viene desde abajo, a fortalecer las raíces de la identidad, del arte, de lo históricamente suizo hoy, de lo que es suizo con el mundo entero, de lo que se encuentra en quienes viajaron. Para que pueda por fin crecer algo nuevo, algo que a la luz se lance hacia el futuro con la voluntad de ser hombres y mujeres con orgullo, independientes, valorando el corazón y el coraje, y no la comodidad.
Jorge Luis Borges encontró en Suiza su casa y en Suiza está enterrado. Así lo deja en su poesía “Los Conjurados”:
“En el centro de Europa están conspirando. El hecho data de 1291. Se trata de hombres de diversas estirpes, que profesan diversas religiones y que hablan en diversos idiomas. Han tomado la extraña resolución de ser razonables. Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades.
Fueron soldados de la Confederación y después mercenarios,
porque eran pobres y tenían el hábito de la guerra y no ignoraban que todas las empresas del hombre son igualmente vanas. Fueron Winkelried, que se clava en el pecho las lanzas enemigas para que sus camaradas avancen. Son un cirujano, un pastor o un procurador, pero también son Paracelso y Amiel y Jung y Paul Klee. En el centro de Europa, en las tierras altas de Europa, crece una torre de razón y de firme fe. Los cantones ahora son veintidós. El de Ginebra, el último, es una de mis patrias. Mañana serán todo el planeta. Acaso lo que digo no es verdadero, ojalá sea profético.”
Qué responsabilidad le trae a un país el triunfo y la libertad: porque seguridad no es necesariamente libertad. Hay que tener cuidado, mucho, en confundirlas. La línea de la libertad en Europa es fina y delicada. La línea de la libertad ha marcado las fronteras suizas, militares o económicas, desde siempre.
Entonces hay que preguntarse quienes en Suiza quieren construir la sociedad y el país, y quienes están para albergar una fortuna momentánea. Hay que preguntarse quienes tienen la visión de promover el ejercicio de la verdad, y la transgresión que existe en la verdad. Hay que poder confiar en las nuevas generaciones no como un estrato de la sociedad a la que hay que “entretener”, sino que educar. Con cultura, con historia, con visión. Con valores comunitarios que trascienden el interés individual e inmediato.
La respuesta a este mundo tal vez no radique en condicionar el gasto público, en institucionalizar ideas y personas para que puedan comer. Tal vez haya que volver a las raíces, repasar los mitos, darle vida a la memoria, alimentar donde hay pasión en lugar de desnutrir; Poner la vida en ese vértice que ha llevado a los Suizo a desenterrar cualquier trinchera para independizarse y forjar una confederación en el seno de guerras europeas y durante siglos. De sangre y sudor y consultas a Dios la fuerza de ser.
Cargado de mi gigantesco disfraz caminaba por las calles olorientas de Rio de Janeiro. Con tufo a carnes, ajo y cachaza. Quería clarear el día. Alguno saludaba contento y en la última estocada de la larga noche. Otro dormía en un banco, sobre una esquina, en una improvisada residencia de cartón. El hambre oscura en los pies desnudos de la ignominia. La muerte cerca de la cacería final, el hurto ocasional, la inseguridad de esa calle Latinoamericana que conozco bien porque también allí he nacido.
SUÍÇA, EM TUA HISTÓRIA A INSPIRAÇÃO, me quedaba trazado en los nervios. Y por suerte esta inspiración es infinitamente mayor de todo lo que puede comprarse con dinero un espacio estelar de una industria efervescente como el Carnaval de Rio. Esta inspiración trasciende las fronteras y los idiomas. Esta inspiración está en la sangre, en quienes trabajan, en quien cree, y en quienes quieren vivir mejor. Con dignidad, con oportunidad, y con crecimiento hacia una realidad más clara. Hacia un mundo mejor. Con inteligencia.
Felix B. Q. Lugano. 01.04.2015.